EN EL ANCA DE UN CABALLO BRIOSO
Era y fue... en un día de fiesta.
Desgajábase el calendario por el
año 43 del siglo recién pasado, en un mes que abreviaba entre un octavo y
noveno, y que corría aprisa, como si quisiera llegar a algún punto o tiempo –me
decía la señora, doña Lidia Mendoza Parajón─, habitante de un pueblito pequeño,
bautizado con el nombre de Telica, que en náhuatl “TLILLIPAN”, quiere decir,
Lugar Negro, tal vez por la cercanía del Cerro Negro; y que con orgullo
afirmaba, −aquí fue, cuna del Prócer Dn. Miguel Larreynaga, uno de los
firmantes del Acta de Independencia de septiembre de 1821, enfatiza afirmando
bien las palabras, −aunque los leoneses digan lo contrario – dice, doña Lidia.
─Y entonces sucedió
que cuando, para ese año del 43, a este pueblo se apareció un joven poeta,
elegante y de buen hablar, que trabajaba como “oficinista” en el mineral conocido
como, la Mina
El Limón, dirigido por una compañía norteamericana cuyo jefe máximo era
un tal Míster Spencer. ─El poeta llegaba en un caballo blanco y
“andador”, que relinchaba con estampa; se decía que el animal era de sangre
briosa y de raza fina. El jinete se paseaba por todo el pueblo, –en aquél
entonces. todo esto era “chiquito”−, recalca doña Lidia. Pero, la verdad es que
era todo un espectáculo: jinete y noble bestia...
Toma “huelgo” la matrona de Telica, y prosigue:
─Te voy a
decir una cosa, nadie sabía por qué venía. Pero todo mundo “curioseaba”, la
gente se asomaba a la puerta y se decían unos a otros: dicen, que es poeta...
que hace versos de amor. ¿A qué vendrá? La pregunta se “englanchaba” en el
viento que traía polvo y aire caliente al paso que dejaba la pisada severa y
rítmica de los cascos del animal.
─Y esto, lo
recuerdo como si fuera ayer. ¡Como si lo estuviera viendo! Y volvía a tomar
aire, para proseguir... Y esto no es cuento... es la pura verdad. ¿Por qué
te digo esto? Porque, me acuerdo..., y se detiene a pensar. ─Sí,
ya para ese año... ¡sí, hombre, ya la iglesia tenía su campanario de madera y
horcones, que los domingos sus campanas, nos despertaban alegres!
─Así sucedía por los domingos o los días en que se organizaban fiestas
bailables, o en las fiestas patronales, ¡Que te cuento!, aquí se ha celebrado a
Santiago Apóstol, el santo patrono. Al Señor de Esquipulas, San Isidro Labrador
y la Virgen de los Ángeles. Y ese caballero, del que estamos hablando,
aprovechaba todo. Hacía su entrada triunfal al pueblo en su blanco caballo,
repiqueteando los
cascos, haciendo galanuras con sus patas el noble animal. Y él, con sus
pantalones anchos, campanudos y de paletones; de sombrero como de gamuza,
amable, saludador... y vuelve a detenerse a pensar... Hasta que sucedió lo que
tenía que suceder.
─En una de
tantas, el jinete del caballo relinchador, se vio perderse hacia la parte norte
del pueblo, luego se enrumbó hacia el camino de San Jacinto... “Los Hervideros”,
probablemente para internarse en el extenso campo minero. Pero eso no para
ahí... en anca del brioso caballo blanco, iba la joven más preciosa del pueblo,
iba con su pelo largo al viento. Era la “niña de los ojos” de don Eligio
Mendoza, un pequeño pero honrado finquero de este lugar, que entre llanto y
sollozo, exclamaba ¡Mi niña, mi “coco”.
¡Y, ni él mismo,
se aguantaba, la rabieta que lo consumía!, me dice en susurro doña Lidia.
─ ¡Mi niña! ¡Mi niña adorada!, gritaba. Se me la han robado. Es mi niña.
Mi coco, mi María Elsa. Gritaba muerto en llanto. Aquello, era todo una tragedia. Y Dña.
Clotilde Parajón, su esposa, le acompañaba en su dolor. ─Yo no la quería dejar
ir. Yo ya sospechaba algo. Ese tal poeta no me daba buenas pulgas cuando
entraba al pueblo y pasaba por nuestra calle caracoleando su caballo. ¡No! ¡Se
me llevó a mi muchachita linda! Y pasaron los días, los meses y don Eligio no
le habló al poeta. Y murió el pobre de tétano cuando su carreta, se cayó y le
pasó la rueda. Él “jaló” rápido la canilla, pero toda se la “cholló”. Don
Eligio sólo quería ver a su nieto, que parece que también, salió poeta. Y en la
finquita de don Eligio, siempre sangró la herida dejada por un poeta. ─Te
fijás. ¿Vé lo que te estoy diciendo? Ese es amor, que lindo, que
romántico. ¿No te parece? Robada y en el anca de un caballo. Perdiéndose en el
polvazal y con la gran cabellera negra, negra suelta, que contrastaba con lo
blanco, blanco del
caballo, brioso y relinchador.
Y fue en un día de fiesta.
Edmundo Icaza Mendoza.
5:05 a.m. de 28 enero de 2012
Col. 4 de Mayo. Zaragoza.
Nota: Distancia que recorría el poeta, más o menos. De
León a Telica: 8 Km. De Telica al empalme, unos 12 km. Del empalme a la Comarca
“Las Marías” unos 6 Km., y de allí a la Mina El Limón, 10 Km. Un total de 30 ó
40 Km. ¡Qué en los días de fiesta...