¡AH, QUE MUNDO!
Trinos en esta especie de montaña,
así fue su mundo ¡Una Montaña de Trinos!
¿A
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h, pero qué mundo maravilloso es éste? ¡Es el
mundo en el que vive el panida Edmundo Icaza Munguía, y en el que se baten las
palmas todo el día en saludo permanente a la vida! Es el mundo maravilloso del
follaje verde y de la frondosidad exquisita. Ramajes que se abren en inmensos
abanicos, emergiendo de árboles vetustos y gruesos, señoriales y grandes;
rítmicos y cadenciosos.
Los hay también de los más jóvenes y ágiles.
Delgados y risueños, que: ¡Saludando florecidos en la alegría de la vida!, van
desparramándose libres en la planicie y en la hondonada, sobrecogiéndose al
abrigo de los pájaros cuando éstos, al decir sus tonadas, saltando van, del más
robusto y venerable de los árboles, a los más jovenzuelos y vivarachos de los
arbustos y, que jugando a las escondidas, se escurren entre la maleza que los
quiere atrapar, abriéndose así, al instante, un pentagrama de musical arboleda,
en un panorama de indescriptibles movimientos, que solamente es percibido por
el alma, en bellas pinceladas de colores, en esta especie de Finca-Solariega
donde vive el Aeda en libertad de ideas, abiertas, gentiles y en remanso
acogedor de espíritu.
Casa Hacienda enclavada en este paraíso, que de
su arboleda, créase tal frescura, que todo lo cubre y que todo lo abriga,
acrecentando así la profusión de sombra, y ventilando en sus cuatros costados,
un corredor amplio y espacioso, que al ser abanicado por un aire delicado,
suave y acariciador, mece la sonrisa venerable, de uno a uno, los ensueños
complacientes del anciano bello, que escurre con delicia y amenidad, ¡una
tierna melodía señorial!
Que gusto da el temperar en estos grandes
galerones estirados que con sus tragaluces gigantes, son delicadamente
cobijados, por delantales bordados de ribetes y paletones ondulados, ─color a
barro quemado─, que van inclinándose ante el áurea esplendorosa del poeta
soñador. Y de ello, llámame la atención, los numerosos aleros aéreos, que
sostenidos por recios horcones de entretejidas alfajillas, son picoteados a
ritmo de gorjeos por las palomas de Castilla, al arrullar, a sus tiernos
pichones en una amalgama de colores y vida.
¡Ah, pero que gusto tan especial es el recorrer
este paraje y extasiarse en la diversidad de colores alados, de trinos y
balanceos graciosos; de un verde tierno y tierno verde que alza su espíritu en
la copa dorada de un brazo de sol, para saludar el soplo de vida; vida plena y
llena, formidable fortaleza para el espíritu!
Y en un alto que hago, me
detengo a desentrañar signos misteriosos de las raíces gruesas del Papaturro
que me parece que me hablara. ─ ¿Ves esta mi parte resaltada y confeccionada de
tal manera? ─Estos son asientos que los he reservado para el descanso
placentero, y para que saborees de la dulce fruta, los gajos de chirriones
perlados, que desgajándose llegan hasta tus manos, para que disfrutes de vida
plena. Y es que en la época del manjar miel, ─azucarado regalo de
la Madre Natura─, es para el Poeta, en su propio Edén tropical, motivo, para
embeberse del arpa melodiosa que los alados le regalan, en ¡Concierto maravilloso
de Trinos!
Todo es un mundo de vuelos, de verde y de
sonidos; y de diminutas vidas que recorriendo tierra firme y escalando troncos,
dedícanse a la laboriosa faena de transportar su alimento en un ir y venir, en
su tan inmenso hábitat. Y todo florece. La vida de todos colores y formas, se
acrecienta. Y La veo radiante en los florecidos Laureles y Cedros, en los
adelantados Madroños, y, en el antiguo Tempisque, que advierte, que a pasos
ligeros van moviéndose las ristras de Tigüilotes, que como vigías de sienes
plateadas, también resguardan el sueño del poeta cantor. Y, que decir, del
Talchocote y del viejo Ceibón, cada uno de ellos, con su delicioso frescor, se
complacen en los sensibles momentos de inspiración poética del venerable y
encantador anciano.
¡Oh, paraje seductor de vertientes que fluyen de
la nada, y de ese fluir vital que brota de la tierra a cada paso, ruta poética
para la imaginación fecunda, y en donde se levantan Himnos serenos y
tranquilos; melodías y romances, bellas estrofas de cantos de afecto, letras y
coros de vida y amor, los que reposando en la fresca inspiración del poeta, van
traduciéndose en esa intensa emoción, que vibra y sonríe; y que en su augusta
vitalidad, abre su mente y su corazón, como encendido de luz, que pareciera que
va trascendiendo en sueños vivenciales, y que al vivirlos junto a él, se ciñen
y lo envuelven a uno, en multicolores haces luminosos en un mundo asombroso
hecho para la poesía.
Y ahí, frente a mí, los Cocos, largos, altísimos
y delgados, que se elevan a imponente altura, en el baile eterno llevado al
ritmo de los vientos en su deleitable gozo. Y del Mamón, que de sus enmarañadas
ramas suelta sus dulces frutos y araña a las matas de Guineos de Rosas que se
abanican acompasadas, unas a otras, junto al Papalón y el Almendro, que dejan
caer sus hojas grandotas y abiertas, en un vaivén del que nunca, pero nunca,
quisieran llegar al suelo.
Y si se dirige la mirada hacia arriba del
declive, el que se escurre en un nivel pronunciado de norte a sur, se ve el
otro fornido Tempisque, que por sus raíces sueltas y enrolladas se ha ganado el
alias de “El Pulpo” donde la chavalada de mañana en tarde, se reúne alegre y
jubilosa para divertirse con fresca delicia, y que, con sus atronadores gritos,
hacen levantar las bandadas de palomas de San Nicolás, como una gran alfombra
móvil de color marrón, las que con sus movimientos febriles, se posan en la
tierra, en busca del preciado grano.
¡Tal parece como si fuera una fiesta!
¡Una celebración —en agradable ambiente—, propicio
para el espíritu del Panida!
Cada ave desprende su propia nota y ejecuta su
propia flauta; y el viento, haciendo lo suyo, silva deliciosos sonidos que
dibujados en el aire y entre la alas de los pájaros, éstos al levantarse,
parecieran que saludaran con imperecedero aplauso al soñador Aeda!
¡Qué bello es
estar rodeado de tan vivaz naturaleza que entre el respiro de los “ojos de
aguas” y el bailoteo de la plantas de río, se desliza a nuestros pies la
alfombra verde de Zacate de Gallina, que confundidas con las Colas de Zorro, y
de la Escobilla, que prendidas en una tupida sábana de tan inmenso sitio de
tierra fértil, se diseminan y ven que a saltos y brincos los Guácimo van
perdiéndose en la espesura de lo verde, y que los Espinos Negros merodeando entre
los Lava Platos y Huevos Chimbos, reciben el baño de las vertientes, que de a
pocas cuartas, emergen por los poros enzacatados de la tierra, ─a intervalos─,
como un inmenso surtidor de tan virtuoso manantial, causa del nacimiento de tal
deleitable frescura.
¡Y a lo lejos! Óyese la oleada de gritos del
“cabalero” que entre sus discusiones, y saltos de “mazancuepa”, llegan hasta
nosotros de manera aguda y vigorosa y, en otras, se dejan oír casi apagadas,
cuando éstos se bañan en las pilas cercanas, “habituales refugios-cómplices”,
de las inasistencias a las aulas de clases en aquellas mañanas ruidosas.
Y, que decir, de la hermosa
vertiente, que formando una espaciosa poza de agua cristalina, donde se ha
levantado una inmensa pila transparente, que se ve desde su fondo, el momento
en que la vertiente suspira y exhala sus burbujas, las que expandiéndose se van
suavemente en ondas sucesivas, hasta acariciar delicadamente sus costados entre
suspiros y suspiros, para repetirse ha tiempo en tiempo, y convertirse en la operación
diaria para recoger el líquido, que se bombea al “Gigante Tanque” en donde se
va almacenando, y cuando llega al tope, al ras, comienza a rebalsarse, y por
los bordes de su gran bocaza,resbálase
en su caída, como si en ese momento se abrieran las llaves de un pedazo de
cielo o pulsaran las teclas melódicas de un instrumente invisible, agradable a
mis oídos, y que al respingar el agua, que fue lanzada frenéticamente y
abriéndose en grande abanico, de aquellos chorros inmensos, ésta chapotea, no
sólo en su entorno, sino que la brisa va llevando su fresca caricia en
hechicera delicia muy lejos de allí.
¡Ah, que paraje!
¡Ambiente único de Paraíso Terrenal!
Y que gusto da verlo escribir sus renglones de
versos, sus estrofas, dándole vida a lo que sus bellas musas le hacen entrega.
Versos tiernos, ávidos de volar, los que se deleitan con cada sonido, con cada
movimiento, y con cada trencilla de aire que se enrolla en los pensamientos y
en la meditación del poeta, para que brote desde el manantial de su arrullo:
vida, música, vivencia y poesía.
Y, yo, ardiente en el ideal, te admiro y te
venero poeta, en la sublime y divina existencia del amor. ¡Ah, pero qué mundo!
Pequeño paraje donde se sueña, se inspira y se ama; y se complace, en el verso
inspirado tuyo y mío realizado.
¡AH, QUÉ MUNDO!
Autor: Pedro Edmundo Icaza Mendoza
Las Pilas, El Laborío. EDICAMEN.
León, Nicaragua, A. C.