Domingo 8 de julio de 2007
Artículos / Prosas
¡AH, QUE MUNDO!
Trinos en esta especie de montaña,
así fue su mundo ¡Una Montaña de Trinos!
***
¡Ah, pero qué mundo maravilloso es éste! ¡Es el mundo en el que vive el panida Edmundo Icaza Munguía, y en el que se baten las palmas todo el día en saludo permanente a la vida! Es el mundo maravilloso del follaje verde y de la frondosidad exquisita. Ramajes que se abren en inmensos abanicos, emergiendo de árboles vetustos y gruesos; señoriales y grandes; rítmicos y cadenciosos.
Los hay también de los más jóvenes y ágiles, delgados y risueños, que:¡Saludando florecidos en la alegría de la vida!, van desparramándose libres en la planicie y en la hondonada, sobrecogiéndose al abrigo de los pájaros, cuando éstos, al decir sus tonadas, saltando van, del más robusto y venerable de los árboles, a los más jovenzuelos y vivarachos de los arbustos, y, que, jugando a las escondidas, se escurren entre la maleza que los quiere atrapar, abriéndose así, al instante, un pentagrama de musical arboleda, en un panorama de indescriptibles movimientos, que solamente es percibido por el alma, en bellas pinceladas de colores, en esta especie de Finca-Solariega donde vive el Aeda en libertad de ideas, abiertas, gentiles y en remanso acogedor de espíritu.
Casa Hacienda enclavada en este paraíso, que de su arboleda, créase tal frescura, que todo lo cubre y que todo lo abriga, acrecentando así la profusión de sombra, y ventilando en sus cuatros costados, un corredor amplio y espacioso, que al ser abanicado por un aire delicado, suave y acariciador, mece la sonrisa venerable, de uno a uno, los ensueños complacientes del anciano bello, que escurre con delicia y amenidad, ¡una tierna melodía señorial!
Que gusto da el temperar en estos grandes galerones estirados que con sus tragaluces gigantes, son delicadamente cobijados, por delantales bordados de ribetes y paletones ondulados, ─color a barro quemado─, que van inclinándose ante el áurea esplendorosa del poeta soñador. Y de ello, llámame la atención, los numerosos aleros aéreos, que sostenidos por recios horcones de entretejidas alfajillas, son picoteados a ritmo de gorjeos por las palomas de Castilla, al arrullar a sus tiernos pichones en una amalgama de colores y vida.
¡Ah, pero que gusto tan especial es el recorrer este paraje y extasiarse en la diversidad de colores alados, de trinos y balanceos graciosos; de un verde tierno y tierno verde que alza su espíritu en la copa dorada de un brazo de sol, para saludar el soplo de vida; vida plena y llena, formidable fortaleza para el espíritu!
Y en un alto que hago, me detengo a desentrañar signos misteriosos de las raíces gruesas del Papaturro que me parece que me hablaran. ─¿Ves esta mi parte resaltada y confeccionada de tal manera? ─Estos son asientos que los he reservado para el descanso placentero, y para que saborees de la dulce fruta, los gajos de chirriones perlados, que desgajándose llegan hasta tus manos, para que disfrutes de vida plena. Y es que en la época del manjar-miel, –azucarado regalo de la Madre Natura–, es para el Poeta, en su propio Edén tropical, motivo, para embeberse del arpa melodiosa que los alados le regalan, en ¡Concierto maravilloso de Trinos!
Todo es un mundo de vuelos, de verde y de sonidos; y de diminutas vidas que recorriendo tierra firme y escalando troncos, dedícanse a la laboriosa faena de transportar su alimento en un ir y venir, en su tan inmenso hábitat. Y todo florece. La vida de todos colores y formas, se acrecienta. Y La veo radiante en los florecidos Laureles y Cedros, en los adelantados Madroños, y, en el antiguo Tempisque, que advierte, que a pasos ligeros van moviéndose las ristras de Tigüilotes, que como vigías de sienes plateadas, también resguardan el sueño del poeta cantor. Y, que decir, del Talchocote y del viejo Ceibón, cada uno de ellos, con su delicioso frescor, se complacen en los sensibles momentos de inspiración poética del venerable y encantador anciano.
¡Oh, paraje seductor de vertientes que fluyen de la nada, y de ese fluir vital que brota de la tierra a cada paso, ruta poética para la imaginación fecunda, y en donde se levantan Himnos serenos y tranquilos; melodías y romances, bellas estrofas de cantos de afecto, letras y coros de vida y amor, los que reposando en la fresca inspiración del poeta, van traduciéndose en esa intensa emoción, que vibra y sonríe; y que en su augusta vitalidad, abre su mente y su corazón, como encendido de luz, que pareciera que va trascendiendo en sueños vivenciales, y que al vivirlos junto a él, se ciñen y lo envuelven a uno, en multicolores haces luminosos en un mundo asombroso hecho para la poesía.
Y ahí, frente a mí, los Cocos, largos, altísimos y delgados, que se elevan a imponente altura, en el baile eterno llevado al ritmo de los vientos en su deleitable gozo. Y del Mamón, que de sus enmarañadas ramas suelta sus dulces frutos y araña a las matas de Guineos de Rosas que se abanican acompasadas, unas a otras, junto al Papalón y el Almendro, que dejan caer sus hojas grandotas y abiertas, en un vaivén del que nunca, pero nunca, quisieran llegar al suelo.
Y si se dirige la mirada hacia arriba del declive, el que se escurre en un nivel pronunciado de norte a sur, se ve el otro fornido Tempisque, que por sus raíces sueltas y enrolladas se ha ganado el alias de “El Pulpo” donde la chavalada de mañana en tarde, se reúne alegre y jubilosa para divertirse con fresca delicia: y que, con sus atronadores gritos, hacen levantar las bandadas de palomas de San Nicolás, como una gran alfombra móvil de color marrón, las que con sus movimientos febriles, se posan en la tierra, en busca del preciado grano.
¡Tal parece como si fuera una fiesta!
¡Una celebración —en agradable ambiente—, propicio para el espíritu del Panida!
Cada ave desprende su propia nota y ejecuta su propia flauta; y el viento, haciendo lo suyo, silva deliciosos sonidos que dibujados en el aire y entre la alas de los pájaros, éstos al levantarse, parecieran que saludaran con imperecedero aplauso al soñador Aeda!
¡Qué bello es estar rodeado de tan vivaz naturaleza que entre el respiro de los “ojos de aguas” y el bailoteo de la plantas de río, se desliza a nuestros pies la alfombra verde de Zacate de Gallina, que confundidas con las Colas de Zorro, y de la Escobilla, que prendidas en una tupida sábana de tan inmenso sitio de tierra fértil, se diseminan y ven que a saltos y brincos los Guácimos van perdiéndose en la espesura de lo verde, y que los Espinos Negros merodeando entre los Lava Platos y Huevos Chimbos, reciben el baño de las vertientes, que de a pocas cuartas, emergen por los poros enzacatados de la tierra, –a intervalos–, como un inmenso surtidor de tan virtuoso manantial, causa del nacimiento de tal deleitable frescura.
¡Y a lo lejos! Óyese la oleada de gritos del chavalero que entre sus discusiones, y saltos de mazancuepa, llegan hasta nosotros de manera aguda y vigorosa y, en otras, se dejan oír casi apagadas, cuando éstos lléganse a bañar en las pilas cercanas “habituales refugios-cómplices”, de las inasistencias a las aulas de clases en aquellas mañanas ruidosas.
Y, que decir, de la hermosa vertiente, que formando una espaciosa poza de agua cristalina, donde se ha levantado una inmensa pila transparente, que se ve desde su fondo, el momento en que la vertiente suspira y exhala sus burbujas, las que expandiéndose se van suavemente en ondas sucesivas, hasta acariciar delicadamente sus costados entre suspiros y suspiros, para repetirse ha tiempo en tiempo, y convertirse en la operación diaria para recoger el líquido, que se bombea al “Gigante Tanque” en donde se va almacenando, y cuando llega al tope, al ras, comienza a rebalsarse, y por los bordes de su gran bocaza, resbálase en su caída, como si en ese momento se abrieran las llaves de un pedazo de cielo o pulsaran las teclas melódicas de un instrumente invisible, agradable a mis oídos, y que al respingar el agua, que fue lanzada frenéticamente y abriéndose en grande abanico, de aquellos chorros inmensos, ésta chapotea, no sólo en su entorno, sino que la brisa va llevando su fresca caricia en hechicera delicia muy lejos de allí.
¡Ah, que paraje!
¡Ambiente único de Paraíso Terrenal!
Y que gusto da verlo escribir sus renglones de versos, sus estrofas, dándole vida a lo que sus bellas musas le hacen entrega. Versos tiernos, ávidos de volar, los que se deleitan con cada sonido, con cada movimiento, y con cada trencilla de aire que se enrolla en los pensamientos y en la meditación del poeta, para que brote desde el manantial de su arrullo: vida, música, vivencia y poesía.
Y, yo, ardiente en el ideal, te admiro y te venero poeta, en la sublime y divina existencia del amor. ¡Ah, pero qué mundo! Pequeño paraje donde se sueña, se inspira y se ama; y se complace, en el verso inspirado tuyo y mío realizado.
¡AH, QUÉ MUNDO!
Autor: Pedro Edmundo Icaza Mendoza
7:00 a.m. del 7 de Mayo de 1977.
Las Pilas, El Laborío. EDICAMEN.
León, Nicaragua, A. C.
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