DE
EFERVESCENCIA JUVENIL!
Un
estremecimiento de corazón
Me refería un amigo mío de nombre Ángel Eligio Mendoza Parajón, que
estuvo presente en el Parque Central
“Máximo Jerez” de esta ciudad de León, la tarde aciaga, fecha de la terrible
masacre estudiantil de 1959, ¡qué lo que aconteció: "fue algo inesperado, impactante, terrible"!
─Una tarde, esa tarde del jueves 23 de julio de 1959, en que fue sacudida
la ciudad de León, mi corazón de muchacho sufrió un vuelco y que junto a esa
sacudida, a mí me estremeció por completo, me cambió totalmente. ¡Yo que alegre paseaba buscando el
carnaval de los estudiantes ─“El Carnaval de los Pelones”!─ esas fiestas que eran
risibles, graciosas, de mucho colorido y que toda la ciudad se alborotaba con
la llegada de los estudiantes que venían de todas partes del país, y le metían bulla a la apacible ciudad de León: ¡Llegaron
los Pelones! Y todo mundo buscaba los “Manifiestos de los Reyes Feos” que
hacían morir de risa a grandes y chicos.
Pero esa tarde todo iba a cambiar. De la alegría carnavalesca del
desfile, éste cambió y se convirtió en una corriente indetenible de un mar
estudiantil. Ya antes, se había desarrollado un desfile de profundo luto por
los muertos en “El Chaparral”, y se iba a oficiar misa por el alma de los muchachos caídos, pero los guardias
impidieron que se asistiera a la Iglesia El Calvario.
Y ese día o esa tarde, mejor dicho, los estudiantes con energía alzaban sus voces, y las
voces juveniles que sonaban a una sola, eran las voces de protesta, que hacía retumbar
las paredes y las calles por donde pasaban los muchachos, que recorrieron algunas
calles de León, gritando: ¡Libertad! ¡Libertad!
¡Libertad!
Los estudiantes denunciaban y protestaban por la masacre de “El
Chaparral (24 de junio 1959)”. Denunciaban la vil masacre que, entre la guardia
de Honduras y Nicaragua, con el apoyo de la Misión Militar Norteamericana, habían
perpetrado criminalmente contra la vida de varios jóvenes estudiantes. Jóvenes de
alta moral y entrega patriótica, como: Manuel Baldizón, Marcelo Fernández,
Antonio Barboza y Enrique Morales Palacios. Y que además, había resultado
herido el estudiante de la Facultad de Derecho, UNAN-León, Carlos Fonseca. La marcha
también exigía la libertad de varios estudiantes capturados, proclamaban la
consolidación de la Autonomía Universitaria (obtenida el 27 de marzo de 1958), y...¡Libertad! Y...¡Justicia! ¡Libertad!...
Esos corazones juveniles que habían cargado en sus hombros la
responsabilidad histórica de luchar contra la dinastía somocista, y que habían
caído, eran el centro del corazón de una ¡LIBERACIÓN!, que irradiaba como faro de
luz y cuyo albor esparcía y envolvía los corazones de la juventud nicaragüense.
La tarde se volvió tensa, tirante, pesada. La guardia cuyo comando
estaba enfrente a lo que fue el Teatro González, o sea de la antigua Casa Prío
(de Dn. Agustín Prío Largaespada), 1 c. al Sur, (hoy sede de los Combatientes
Históricos), estaba silencioso pero había movimiento en su interior, y se
notaba ese movimiento en los balcones del segundo piso, aunque ya un pelotón andaba
en la calle al mando de Tacho Ortiz.
Los
choferes de la parada de la plaza y otros que se ponían cerca donde Prío, y la
gente que se había acercado, junto conmigo, estábamos expectantes. Recuerdo a
don Arturo Pozo, Francisco Gutiérrez, un señor de nombre Alfredito Quintero, y
otro de nombre Napoleón Jerez; recuerdo a Carlos y su Hermano Uriel Zambrana, a
don Gerardo Dimas
De pronto todo era movimiento, un grupo de universitarios se dirigió
hacia el comando G.N. Un estudiante salía en libertad, todos regresaron hacia
donde estaba el grueso de la manifestación, que habían llegado de la parte suroeste
del Parque la Merced, buscando el Club Social. Se manifestaban los muchachos asiendo
fuertemente las banderas de Nicaragua y de la Universidad Nacional Autónoma de
Nicaragua (UNAN). Entre los marchistas venían muchos conocidos. Los
estudiantes se detienen en la propia esquina de la Librería Recalde y del club... Gritan consignas, hay discursos… uno de los estudiantes habla en uno de los
salientes del edificio del club, (después me di cuenta que fue el poeta
Fernando Gordillo y que además, me dijo el “Tigrillo Madriz”, que se había
envuelto en la bandera de la universidad, y otro que habló, fue el Br. Joaquín
Solís Piura, presidente del Centro Universitario; y una voz vibrante, Humberto
Obregón…). Y la guardia, que estaba apostada en la esquina de Prío y el
Parque Central unos se tienden en el piso, otros ponen una rodilla en el
pavimento y otros de pie... Algunos muchachos se sientan en el pavimento… Y
cuando la guardia maniobra los macabros “garand”, todos nos asustamos el ruido
fue horrible, y un viejo medio gordo, blanco, daba la orden de apuntar (era
Tacho Ortiz) y de repente dan la orden de lanzar las bombas… Y de pronto truena una balacera
ensordecedora. Era un horrendo ruido, lúgubre, pavoroso. Y de sus cañones
salían lluvias de balas en busca de corazones juveniles; era lluvia de plomo y
muerte, era una lluvia… ¡la que parecía como eterna!
Todos los que estábamos en el parque corrimos hacia la estatua de Máximo
Jerez buscando la plaza, pero detrás de nosotros nos seguía el ruido de la
balacera, los gritos, los ¡ayes! Y otros gritos que salían de no sé de donde:
¡Asesinos! ¡Asesinos! Y llantos… y carreras…
Respira... y después de hacer una pausa, como queriéndose trasladar al pasado, me dice ─¿No has leído el trabajo titulado “Masacre Estudiantil”?, su autor fue el
recordado periodista Rolando Avendaña Sandino (RAS), en el que escribe: “La
escena resulta difícil de narrar, fue un cuadro macabro en que centenares de
personas se aglomeraban por un instinto de conservación en refugios
improvisados tratando de salvarse de la lluvia de balas portadoras de la
muerte”.
¿Y del poeta Fernando Gordillo Cervantes?, ─que dice, en su testimonio “La
Tarde del 23”─, “…apareció un muchacho con la bandera de la Universidad. Se la
quité, sin percatarme, como sonámbulo, empecé a caminar con ella hacia el
pelotón de soldados; no sé que causa me movería a hacerlo, pero en ese momento
Ernesto Castillo, se me acercó gritando y me detuvo.”
─Luego, sigue relatando, que la humazón se disipó
y los guardias se retiraron… se empezó a despertar de lo aturdido del momento…
se escuchó el aullido de las sirenas de las ambulancias. Jóvenes tendidos en el
pavimento, en las aceras, en los marcos de la puerta. Unos muertos… otros
heridos… Sangre, masa encefálica untada en las paredes de la clínica del Dr.
Espinoza y en las cunetas corría el líquido rojo de la sangre, de los muchachos caídos. Aquello
era terrible. Había un solo desconcierto. Los estudiantes que no resultaron heridos
auxiliaban a sus compañeros, los montaban en carros, camionetas, taxis y los
trasladan al Hospital San Vicente, que estaba atestado de tantos heridos,
muertos y de gente que corría como loca. ¡Y los gritos, y el llanto! ¡Todo
aquello era estremecedor, aquí, en el hospital! Me contaba el “Tigrillo Madriz… el Br.
Oswaldo Madriz”, apuntaba Ángel Eligio.
¡Habían caídos masacrados: Sergio Saldaña, José Rubí, Erick Ramírez y
Mauricio Martínez!, y más de un centenar de jóvenes gravemente heridos. Entre
ellos: Gonzalo Alvarado Acetuno, Faustina Palma, Juan Quiroz, Luis Rivas, Luis
Felipe Pérez, Bayardo Salmerón, uno de apellido Quant, César Blandino, Pedro
Calderón, Alejandro Meza… y tantos y tantos otros… concluyó Ángel Eligio
Mendoza Parajón, algo así como ausente, como queriendo atrapar los recuerdos
con su doliente semblante.
Con este hecho sangriento que conmocionó a la ciudadanía leonesa y que
impactó a toda Nicaragua, la juventud leonesa ya no fue la misma. La huella
dejada por esa criminal masacre, prácticamente selló el espíritu de rebeldía
que habría de revelarse en la muchachada de la generación de ese entonces.
En cada casa y en cada hogar se sentía el dolor y explotaba la ira. La
condena contra la guardia era aireada y unánime. Todos condenaban tan brutal
crimen. Las noticias se propalaban ─el 16 de febrero había aparecido Nicaragua
Adentro con su piripipííííí─ y en todos los noticieros radiales era la noticia
titular, y ésta, se comentaba y se discutía en todos los sectores y entre todas
las edades: ¡Qué, tales métodos, utilizados por los Somoza y sus sicarios, eran
completamente irracionales y estaban enlutando a todo el país.
La
juventud era la única
También se hablaba, para aquellos días sobre la lucha y protestas que se
desarrollaban por parte de los estudiantes universitarios y de secundaria en
distintas ciudades del país. De que los levantamientos
armados en las montañas eran únicamente de la juventud, de esto se hacía mucho
énfasis, y además, que la juventud nicaragüense era la que se estaba inmolando,
ya que todo el peso estaba recayendo sobre sus hombros en su martirologio sin fin. ¿Y de los
políticos?, de éstos se decía que sólo vivían en conciliábulos y prebendas, que
no les interesaba en organizar ni movilizar al pueblo en sus justas
reivindicaciones populares, porque pensaban que el auge de la lucha podía
salirse de su control y tomar otros causes que no fueran los de sus intereses
oligárquicos.
Y la verdad era que la única en enarbolar la bandera de la libertad, no
había otra que la heroica juventud nicaragüense, aun a costa de su propia vida.
Y era esta juventud heroica la que se estaba enfrentando contra una de las más
oprobiosas dictaduras criminales de toda América Latina.
Todo esto iba calando en el pensamiento y corazón de los jóvenes e
incluso entre los más niños; y se discutía acaloradamente sin tener aún ni
recursos ni conocimientos de las cosas, pero se discutía sobre lo que se oía y
así, todo mundo se empujaba a la “discutidera”.
Del sector de la Capilla San Juan de Dios, o de El Laborío, recuerdo que
nos reuníamos en la plazoleta de la capilla y allí armábamos el “alboroto”, unos a favor y otros en
contra, pero discutíamos. Recuerdo a José Saravia (Ché-Ché), Marcos Midence
(Guayaba), Edwin Reyes Vanegas (el piloto), Mario Zamora, Gustavo Sáenz
(Picucho), Mario Mendoza Medina (mi primo), el más cumiche Benjamín Lau,
Roberto Valladares (Robertín), a veces se acercaban Fulvio Palma y Armando
Reyes (Mikimí), pero todos le entrabamos al molote.
A veces nos pasábamos a las hermosas esquinas de Alicia Berríos Delgadillo;
otras, a la esquina del maestro músico Abraham Vanegas (hoy esquina del parque
infantil) o a la esquina de las Valladares (las pulgas). O invadíamos la pieza
de estudiantes, que le llamaban el “Paredón: Se Ejecutan Cotorras”, donde
platicábamos con René Meléndez, Roberto Aguilar, Marcos Jacobo Frech, y uno de
apellido Gallo.
Para esos tiempos se hablaba y se discutía sobre los sucesos que venían
aconteciendo. Oíamos a los adultos discutir, muchos de ellos se peleaban, unos
a favor y otros en contra, sobre esos temas. Los Radio periódicos difundían
noticias todos los días y aparecían en los periódicos de León y Managua. Ya a
nosotros los “chavalos” nos interesaban escuchar y leerlas. También entraban
revistas como “Bohemia”, algunos de nosotros hasta la coleccionábamos porque allí
aparecían fotos y temas políticos. Yo vivía donde Mariíta Berrios Mayorga, Ciro
Orozco me había llevado a su casa y gentilmente Dña. Lucía Berríos Mayorga, su
mamá, me había aceptado. Ciro tenía un radio portátil “Admiral” y ponía las
noticias y las preferidas eran las noticias políticas. Antes yo había vivido
donde “Papa Van”, don Eduardo Rodríguez, casa ubicada entre don Abraham Vanegas
(maestro músico) y Angelita Berríos Mayorga (maestra), siempre sector de la
capilla hacia el Sur. También allí, había estudiantes, recuerdo a Bayardo
Plazaola y Marcio Somoza Rodríguez; y en las discutieras de los mayores, yo
ponía mucho cuidado y a veces no me gustaba lo que decían.
Entre otras cosas se decía lo siguiente:
*Que los estudiantes
universitarios no dejaron entrar a la Universidad a un “yanqui”
que le habían dado un doctorado. Se produjeron altercados, revuelos y alborotos en la Universidad.
El yanqui no vino porque se meó de pánico.
*Que se
realizaban manifestaciones de los estudiantes universitarios y que también participaban los del INO “Máximo
Jerez” (antiguo INO), a la cabeza
los dirigentes del CUUN, y como que hasta “chavalos”… Éstas se realizaron en julio de 1958, en contra de
Milton Eisenhower, hermano del presidente de los E.U., al que le habían
otorgado el título de Doctor Honoris
Causa.
*Que los
estudiantes han protestado contra Luis Somoza, por todos lados y en todo el
país por las viles torturas a que estaban siendo sometidos los prisioneros políticos y que se sospecha
que los matarán. Lo que en realidad
sucedió.
*Que
las manifestaciones fueron intensas y que además ya estaban participando los de secundaria. Y que
todo el mes de octubre de 1958, fueron
de manifestaciones y protestas.
*Que
Fidel Castro Ruz estaba en La Sierra Maestra, que los “barbudos” pidieron ayuda a los yanquis y que éstos
se negaron. Mejor, porque así los rusos
se la pueden dar. “Y es que los yanquis se la quieren dar de la mamacita
de Tarzán…” (año de 1959).
*Que al Dr. Fabián
Ruiz lo habían capturado; en las cárceles le habían
hecho barbaridades y le habían dejado la cara como Jesucristo. Que se había fugado, lanzándose de lo alto
de la “Loma” hacia la laguna de Tiscapa, donde lo tenían
preso, y que por eso le decían Superman.
*Que
se habían asilado en la Embajada de Argentina: Jaime Gabuardi y Fernando J. Núñez (este último vecino
de la Iglesia de San Francisco- León), en
el mes de agosto 1959.
*Que
al joven Ajax Delgado de la Juventud Patriótica, lo viven torturando
terriblemente
y que lo quieren matar (lo que también ocurrió).
En fin, las noticias volaban, y todo era un solo alboroto. Unos a favor, otros en contra. Unos tratando de convencer
a los reacios, y la minoría “sentados en sus treinta”.
Y los que estábamos a favor de la lucha contra Somoza y simpatizábamos
con La Sierra Maestra, con el Dr. Fidel Alejandro Castro Ruz, el Dr. Ernesto
“Che” Guevara de la Serna, Camilo Cienfuegos Gorriarán y Raúl Modesto Castro
Ruz ─como les decía Furilu, el gran narrador deportivo, Pablo René Miranda
Núñez─. Cantábamos, Sierra Maestra: ─”Adelante, cubano/que Cuba premiaría nuestro
heroísmo/Pues somos soldados,/que vamos a la Patria liberar/…” Esta canción la
canta Daniel Santos (el anacobero) y que se oía en todas las emisora, luego que
Fidel declara la Revolución Cubana de carácter Socialista, el disco desapareció
de las radios…
Otra canción que se oía era la de “Venezuela mía” de Tito Cortés. Y
haciendo un paréntesis, a mí me ha gustado hacer poemas y en 1956 siendo un “chatelito” o “cipotillo” hice uno a Rigoberto López Pérez, después de los sucesos
del 21 de septiembre, que con el tiempo lo fui arreglando pero manteniendo su
originalidad. Por este poema que lo leía en voz alta, me vivían regañando: “chavalo
jodido te van a verguear”. La acción del poeta Rigoberto, había estremecido a
todos, y a mí me llegó una de esas ráfagas iluminadas y de resplandecientes
fulguraciones. Dicen que “de tal palo tal astilla”. Mi padre fue y seguirá
siendo un reconocido poeta que en vida recibió el Título de “Hijo Dilecto de la
Ciudad de León, otorgado por la Alcaldía de León en Mayo de 1981 por Luis
Felipe Pérez. Tal vez mis hermanos y yo, tenemos esa afición: “una veta que
viene de la vena paterna”, dice Vida Mercedes Icaza Jiménez, abogada y poeta,
insigne declamadora de los versos de mi padre. La verdad es que a mí me ha encantado
siempre emborronar mis cuartillas con versos de mi alma.
La
Esquina de los Sueños
A mediados de 1957, yo fui a vivir donde la familia Berríos Mayorga. Por
simpatía de Ciro Orozco, conmigo, éste me llevó a su casa. Era una familia
bella. Doña Lucía, Corina, María y Ángeles eran las que componían esta cuna de
bondad. La casa, una de esas casonas del antiguo León, con sus alargados
corredores, jardín en medio, cuartos y dormitorios aireados; de ventanas y
balcones altos; de espacioso zaguán y de
grande traspatio, que para mí fue , en aquel entorno , donde se fueron tejiendo
mis grandes y bellos ideales, y a la que llamé : “La Esquina de de los sueños”.
En esta esquina escuché atento cuando hablaba Mariíta Berríos Mayorga
(una prestigiosa educadora), en las reuniones con personalidades del mundo
intelectual y de doctrinarios liberales, y claro está, y de otros, esos que
andan con el “lazo” en la mano, para ver que vientos soplan y agarran. Pero, allí, tuve el honor de conocer a un
médico filántropo, humanista, un hombre que irradiaba bondad, el Dr. Apolonio
Berrios Mayorga. También, conocí a Joaquín Ibarra Mayorga, autor del Himno
Nacional de Nicaragua, a René Schick a Julio Quintana, al Dr. Jorge Méndez, que
siempre concluía con esta frase: “está jodido el verso”. Y a mí me gustaba
porque ya se la había oído a varias personas en esta ciudad de León.