martes, 26 de abril de 2011

MIS PALABRAS “UN GRITO Y UN CANTO” PARA LOS HÉROES

MIS PALABRAS “UN GRITO Y UN CANTO” PARA LOS HÉROES

Al comenzar a hojear las páginas de este libro que me fue presentado por Francisco Jarquín Ramírez ─cariñosamente llamado por mi persona “Camilo Septiembre"─ y elaborado para ser consagrado a la memoria de los que murieron en la guerra de septiembre de 1978 y como un Imperecedero Homenaje a los Héroes de Veracruz, empecé a oír un susurro sugestivo que al ir leyendo, una a una dichas páginas, iba naciendo “un grito cristalino y un canto en mi conciencia”, como una voz que viajando por el tiempo me llevaba a un pasado reciente, porque en el mismo momento en que leía cada palabra, éstas tomaban vida: como una caricia en los oídos de nuestros héroes amados”, dice su autor, para depositarse en la conciencia de cada revolucionario”, lo que trajo a mi memoria histórica, la forja que con sangre, lágrimas y coraje, se templó en la fragua de lo que en aquel setenta y nueve, fuera lo que habría de ser ¡El Victorioso 19 de Julio!

Cuando Francisco Jarquín (Camilo), me comunicó, que me dejaba el original del libro para que yo escribiera estas palabras, me sentí tan emocionado y honrado, que una fuerte sacudida conmovió mi humanidad. La piel se me fue erizando a intervalos y un grueso nudo se me empezó a hacer en la garganta. Lentamente lo fui revisando… el título, las fotos, el pensamiento de introducción, la dedicatoria… en fin, el recorrido lo fui haciendo pausadamente… Transportándome en milésima de segundos a 27 años atrás, como si tal fuera el día de hoy.

En esa fecha 16 de abril de 1979, yo fungía como Director de la Radio Revista Noticiosa “Nueva Nicaragua”, fecha en que León y Nicaragua fue estremecida por un hecho sangriento y doloroso; y que, con el corazón compungido, tuve que organizar y cubrir la masacre de Veracruz, junto al equipo de periodistas integrado por Bernardo Hernández Rojas, Alfredo Tórrez Pérez, Salvador Hernández Salazar, Francisco Rojas, René Baltodano Lacayo (estudiante de Derecho), y como controlista Octavio Martínez (El Gusanito).

La guardia somocista, había masacrado a seis jóvenes entre hombres y mujeres, masacre ejecutada en contra de los miembros del Estado Mayor del Frente Occidental “Rigoberto López Pérez”, los que después de ser capturados, fueron salvajemente golpeados y con sus ráfagas y “a quema ropa” fueron acribillados inmisericordemente, para luego seguir ensañándose en los cuerpos ya sin vida de los muchachos.

Este suceso, acaecido la tarde del 16 de abril de 1979, estremeció a toda Nicaragua. Seis de sus mejores cuadros habían caídos. Eran seis jóvenes que habían demostrado fielmente en su trayectoria de lucha, la decisión de ofrendar sus vidas en aras de la libertad de Nicaragua y ejemplarizada “por su combatividad, su entrega a la causa popular, su confianza en las masas, la fraternidad, la mística sandinista, el internacionalismo y su amor a la Patria, fueron sus cualidades principales”, nos dice Francisco Jarquín (Camilo).

¡Aquella fatal noticia nos levantó en vilo a todos! Los periodistas de la ciudad metropolitana, empezaron a movilizarse a lo inmediato utilizando todas las formas y medios para recabar detalles de tan sangriento hecho. Era necesario informar lo que la genocida guardia estaba perpetrando. León había sido sacudido por un tirón fuerte y súbito. Las fibras sensibles de los leoneses habían sido heridas y el dolor qué era agudo y punzante taladraba a profundidad el corazón.

La noticia corría como reguero de pólvora de casa en casa, de vecindario en vecindario. Y a pesar de la represión salvaje que se padecía para esos días, hubo movimiento en todos los sectores, especialmente en los populosos barrios de León, en los cuáles, los “muchachos”, se movilizaban de manera abierta, a luz pública y sin miedo, manifestando su reacción y respuesta decidida ante tal barbarie de odio y crimen. Un verdadero sismo se estaba gestando e iba a sacudir y conmover a la ciudad universitaria.

Las radios locales y de la capital, empezaron a vibrar el “flash” de última hora. La noticia que se estaba dando a conocer, era urgente, rápida, breve, y a veces atropellada pero resuelta; se daban detalles de todo lo que ocurría, la actividad era febril; y a pesar del peligro y los disímiles obstáculos encontrados, se hicieron cruentos esfuerzos para alcanzar la información y difundirla con la fuerza de la verdad por la conquista de la libertad.

A la mañana siguiente de tan tenebrosa tarde ─ya el 17 de abril─ y desde horas muy tempranas, me trasladé al antiguo Hospital San Vicente de Paul de esta ciudad, acompañado del Dr. Ciro Orozco Berríos, abogado de la Comunidad Indígena de Sutiava (CIS), en busca del pabellón donde estaba ubicada la morgue de dicho centro asistencial. Cuando llegamos, ya había un número considerable de gente en dicho recinto. La primera impresión impactante, con la que nos topamos allí mismo, fue la de seis compartimentos o gavetas abiertas… y en ellas, seis cuerpos yacían sin vida… con ostensible huellas de la masacre. Todos sus cuerpos estaban con innumerables orificios y con perforaciones dantescas, huellas del odio, del crimen y la barbarie.

El odio enfermizo de sus sicarios se había ensañado en los muchachos. Y con las muchachas, fue, la exaltación de la barbarie, de la bestialidad en manos de la crueldad, el tormento, y la deshumanización: éstas fueron violadas y torturadas hasta la muerte. El cuadro que estábamos presenciando, era estremecedor y doloroso. Algunas de las personas que estaban ahí presente, lloraban abiertamente. Otros crispaban sus puños y con las mandíbulas bien apretadas sollozaban silenciosamente y sus lágrimas que iban resbalando, descubrían caras congestionadas de ira y de dolor.

La gente seguía llegando, y sobre todo, los familiares que iban en busca de sus seres queridos. Y, hasta conocidos compañeros de lucha, que rompiendo con todas las medidas de seguridad, estaban ahí, buscando como identificar a los muchachos que yacían sin vida. Empecé con dificultad a emborronar las páginas de mi libreta y a escribir nombres como los de… Oscar Pérez Cassar, Roger Deshón Arguello, Carlos Manuel Jarquín, Aracelly Pérez, Idania Fernández, Edgar Lang Sacasa. Y al instante mismo trazaba rayas, flechas y paréntesis para ir anotando los seudónimos, que una voz casi quebrada por el dolor, me estaba dictando. Ese es Oscar, él es Pin…; aquél, Róger, es David…; ése es “Chinto”; Aracelly… Angelita…; ése otro es Aurelio… y no aguantó y rompió a llorar.

Mi humanidad se estremeció una vez más. Todo aquel cuadro era imposible de soportar. Ahí, estaban seis jóvenes salvajemente asesinados, seis jóvenes que habían abandonado la comodidad de sus hogares, para luchar por la libertad de Nicaragua. Mi mente y mi alma fueron estrujadas repentinamente, y al instante, fue creciendo en todos los corazones de los que estábamos ahí, una gradual y explosiva ira que se soltó en sollozo desgarrador. Era imposible ya de contenerse, mis ojos se enjugaron de lágrimas y en mi corazón se acumuló un agudo y pujante grito libertario, y ese mismo grito se cristalizó en los pechos que luego se volvió canto de una épica, que a voz en coro, y coronado de nobles ideales, fue entonado por un pueblo que levantó en alto la bandera sagrada y gloriosa de la Patria y la Roja y Negra de Sandino, porque “los revolucionarios asesinados, vivirán por la fuerza de la verdad”, fuerza que vibra en el pensamiento de este libro, que abre sus páginas para ver la luz pública en estas muy sentidas hojas de
sus escritos intitulados El Precio de la Victoria.

Desde el primer momento que empecé a leer sus páginas, deteníame en sus pensamientos, en su dedicatoria; en las narrativas biográficas, los testimonios y acontecimientos, y de ellas mismas percibí que se desprendía tal fuerza, que sólo puede ser expresada por la limpieza de corazón y recogidas por “el Honor y la Gloria de los que se convirtieron en semilla y abono y que fueron entregando lo mejor de sí mismo, sus vidas” y que vivirán “porque su obra es inmortal y porque se fueron con el corazón desbordante de amor por la humanidad”, expresa su autor Francisco Jarquín (Camilo).

¿Y del día de los funerales? Los recuerdos vinieron a mí. Aquellos recuerdos nuevamente me comprimieron el corazón. ¡Cómo si tal fuera hoy, aquel mismo día! Como si lo estuviera viviendo ahora mismo, en este instante. ¡Cuántas y tantas cosas acontecieron!

Los “compas” a plena luz del día se movilizaban de un lado para otro. Conocidos dirigentes universitarios, profesionales, sindicales e intelectuales se movían compungidos en las calles de León. Otros venían acompañando los restos mortales de los hermanos caídos, y por doquier, se veían “puñados” de silenciosos hombres y mujeres, dirigiéndose al barrio de San Felipe, para decirles el último adiós a los “muchachos”.

¡Ahí estaba un buen grupo de leoneses desafiantes! No importándoles lo que les pudiera suceder. El ambiente se podía tocar. Era un ambiente triste, árido, con un eco local, como vacío, terrorífico. Era un doliente y sentido momento en León. Se palpaban los deseos vehementes de accionar, y salir de ese “mai” picado.

Los “muchachos” apostados por los cuatros costados “menudeaban” en el cementerio de San Felipe. Y el compa “Cundo” acercándose, me dijo bajito: ─no se preocupe, que todo está bajo control y la guardia está “chiveada” desde ayer, y está cusuqueando…” En verdad que la guardia estaba reconcentrada en sus cuarteles… expectantes… Y por primera vez espantada ¡Ante aquello que estaba por revelarse!

Mincho Jirón, que estaba debajo de un palo de “Quelite”, y que había observado al muchacho, se puso un poco preocupado y me dijo: ─¿qué pasa? ─Nada, hombre, él dice que todo lo tienen controlado. Y un inquietante viento, con soplo de rebeldía, helado e insurreccionado, se metía debajo de nuestra ropa y que picando la piel y calando los huesos, nos llamaba la atención del momento.

Con el cabello alborotado, y ante aquellas pechadas de viento que casi me hacían caer, y con los labios apretados, y frías las mejillas, mi voz se hizo oír
y sentir, en el preciso instante en que se les daba cristiana sepultura a los héroes
caídos, era la voz de un periodista. ─La lucha por la libertad y la conquista del poder, se hace decisiva, el rostro de la barbarie y del odio ha sido mostrado nuevamente por Somoza y la criminal guardia genocida. La sangre de nuestros hermanos no puede ser vertida en vano, y fui nombrando a cada uno de los héroes… y un coro al unísono contestaba ¡Presente! ¡Presente! ¡Presente!

─¡Compañeros! No venimos a decirles adiós, venimos a decirles que la lucha sigue, y como proclamara el General Sandino: “"nosotros vamos hacia el sol de la libertad o hacia la muerte, y si morimos, no importa, otros nos seguirán"”.

Era la génesis de la Voz Oficial del Frente Occidental “Rigoberto López Pérez”, que el 9 de junio estaba en las ondas hertziana: ¡Aquí, Radio Venceremos… Transmitiendo desde algún lugar de Occidente!

Y, cuando los hermanos estaban siendo depositados en el seno de la madre tierra, se levantó el viento, indócil, y enredándose entre las ramas de los árboles vigilantes, se fue deslizando por el tendido de alambres que cubrían el contorno del Campo Santo, lanzando un agudo suspiro que trascendiendo en el aquel instante doliente, transformóse en ¡UN GRITO Y UN CANTO¡ y aferrando fuertemente en sus manos de patriota, ondeaba la Bandera Azul y Blanco de la Patria, y la Roja y Negra, del FSLN, continuador del legado histórico del Ejercito Defensor de la Soberanía Nacional, aunque se pagara con ¡El Precio de la Victoria!

Autor: Edmundo Icaza Mendoza, poeta y periodista.
Fundador de Radio Venceremos, Voz Oficial del
Frente Occidental “Rigoberto López Pérez”.
Elaborado a las 11:01 a.m. del 3 de mayo de 2006.


**Leído en el acto de Presentación del libro “El Precio de la Victoria” en el Paraninfo de la Universidad Nacional Autónoma de Nicaragua, núcleo de León, presidido por la Máster Dra. Maritza Vargas Páiz, Vice-Rectora de la UNAN-León y del autor del libro Francisco Jarquín Ramírez (Camilo).

Hora: 06:00 p.m.
Día: Martes 11 de Diciembre de 2007.

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